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15/11/2022 Martes 33 (Lc 19, 1-10)

Entró en Jericó y la fue atravesando, cuando un hombre llamado Zaqueo, jefe de recaudadores y muy rico, intentaba ver quién era Jesús.

Al final del episodio Jesús dice: Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Es un encuentro fascinante. Hablamos de la omnipotencia de Dios y pensamos en las maravillas de la creación. Pensamos en la grandiosa maravilla de un universo poblado de galaxias, o en la pequeña maravilla de una humilde flor. Pero donde mejor resplandece la omnipotencia divina es en episodios como el de Zaqueo. Jesús, sin violentar la libertad humana, cambia el corazón y la vida de aquel hombre. Zaqueo se siente irremediablemente forzado a seguir a Jesús; con su libertad intacta. ¿No será que en Zaqueo estamos viendo lo que Dios hace con todo ser humano? Porque, como dice Pablo, Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad (1 Tim 2, 4). Y lo que Dios quiere, lo hace.

El Papa Francisco, con sentido del humor, comenta: La Palabra de Dios entró en el corazón de Zaqueo, y con la Palabra la alegría. Cuando la conversión llega a los bolsillos, es segura. ¿Cristianos de corazón? Todos. ¿Cristianos de bolsillo? Pocos.

Mira, Señor, la mitad de mis bienes la doy a los pobres, y a quien haya defraudado le restituyo cuatro veces más.

El encuentro transforma la vida de Zaqueo. Todo verdadero encuentro con Jesús cambia radicalmente las relaciones con Dios y con prójimos. Si esto no sucede, el pretendido encuentro con Jesús ha sido un espejismo.

El encuentro transfigura a Jesús. Porque si Zaqueo es un hombre necesitado de misericordia, Jesús necesita personas como Zaqueo para cumplir su misión: Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

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