15/11/2025 Sábado 32 (Lc 18, 1-8)
- Angel Santesteban

- hace 7 días
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Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres.
El Evangelista introduce la parábola diciendo que Jesús pretendía con ella enseñar a los discípulos que tenían que orar siempre sin desanimarse. Como la viuda. Esta mujer persiste en su demanda desde el convencimiento de que al juez, al final, no le queda otro remedio que escucharla. O se expondrá a perder la tranquilidad. La debilidad prevalece sobre la fuerza. Es que, a mayor amor, mayor vulnerabilidad. Por eso que nadie es más vulnerable que Dios, que es Amor. Nosotros, creados a imagen de Dios, somos igualmente vulnerables ante un bebé que lleva inscrito en su ADN el poder absoluto que ejerce sobre sus papás.
Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?
Mi preocupación no debe centrarse en si Dios me escucha o deja de escucharme, sino en si mi fe es capaz de superar el desaliento. Una fe que es confianza y que es compromiso. No una fe que parezca más bien una especie de morfina para tiempos difíciles. Habrá días en que la oración se me hará difícil, será árida. Sucede cuando inmerso en la dura experiencia de su ausencia. Es la experiencia de la noche oscura.
La madre de Jesús vivió buena parte de su vida inmersa en la dura experiencia de la ausencia. El ángel de la Anunciación le había pintado un panorama de luz y de gloria. Pero, desde Belén hasta la cruz, nada de eso sucedió. ¿Cómo lo hizo para mantenerse fiel? Su vida, que no estuvo adornada por éxtasis o milagros, estuvo siempre iluminada por la Palabra de Dios.
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