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22/11/2025 Santa Cecilia (Lc 20, 27-40)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • hace 8 minutos
  • 2 Min. de lectura

No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para Él todos están vivos.

A veces, la pobre razón humana, cuando se acerca con humildad al misterio del Dios-Amor, recibe un rayo iluminador que le hace comprender que el amor de Dios hacia sus hijos lleva consigo la exigencia de eternidad. Pablo llegó a la misma conclusión por el camino más corto de la revelación: Estoy seguro de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en el Mesías Jesús Señor nuestro (Rm 8, 38-39).

Dios es amor, puro amor. Por eso, no puede dejar de amar. Por eso, el amado por Dios no puede desvanecerse en la nada. Amor y vida son dos rostros de la misma realidad; y son eternos. Las dos realidades, que son una, no pueden ser definidas, pero sí vividas. Somos eternos, porque eterno es el Amor.

 

Los que sean dignos de la vida futura y de la resurrección de la muerte no tomarán marido ni mujer.

Jesús tiene claro que la vida después de la muerte no puede compararse con la vida anterior a la muerte. Como no es comparable la vida en el seno materno con la vida en este mundo. La vida futura será nueva y plena; con dimensiones imposibles de imaginar. Será, lo dice Pablo: lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios preparó para quienes lo aman (1 Cor 2, 9). Será, lo dice una religiosa: No sé lo que ocurrirá al otro lado, - cuando mi vida haya entrado en la eternidad. – Lo único de lo que estoy segura – es de que un amor me espera.

 
 
 

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