16/01/2022 Domingo segundo (Jn 2, 1-11)
- Angel Santesteban
- 15 ene 2022
- 2 Min. de lectura
En Caná de Galilea hizo Jesús esta primera señal, manifestó su gloria y creyeron en Él los discípulos.
Primera señal. En el Evangelio de Juan los milagros son señales que apuntan a algo más alto que lo que se ve a simple vista; apuntan a la persona de Jesús. Por eso hay que prestar mucha atención a los detalles del relato, todos cargados de simbolismo: los tres días, las seis tinajas de piedra, el vino… Y las bodas, símbolo superexpresivo del amor; todo el Evangelio es una invitación de bodas.
Todo el mundo sirve primero el mejor vino, y cuando los convidados están algo bebidos, saca el peor. Tú, en cambio, has guardado hasta ahora el vino mejor.
Para que el agua se convierta en el mejor vino, hay que sacarla de las viejas tinajas de piedra. No se trata ya de relacionarse con Dios como siervos que cumplen órdenes. Se trata de relacionarse con Dios como hijos con papá.
La madre dice a los que servían: Haced lo que os diga.
El Evangelista quiere que la Madre ocupa el centro del relato: allí estaba la madre de Jesús; también Jesús estaba invitado. Por seca que parezca la respuesta de Jesús, ella sabe que a una madre no se le niega nada. Y está empeñada en que todos los que participan en la fiesta de la vida disfruten del mejor vino. ¡Qué cosa tan triste una vida carente de vino, de sentido, de buena salud! La manifestación de la gloria de Jesús o, dicho de otro modo, la salvación gratuita y universal, pasa a través de la Madre.
No tienen vino.
Podemos hacer de estas tres palabras el lema de nuestra vida. A María no se le ocurre decir no tenemos vino, porque ellos sí lo tienen. El vino es la alegría del Evangelio. Un vino con el que desaparecen reservas, temores, tristezas, rutinas, pesimismos. Juan, más tarde, se hará eco de estas palabras de María cuando dice: Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4).
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