¿Pueden los invitados a la boda ayunar mientras el novio está con ellos?
Unos judíos, escandalizados, han preguntado a Jesús: Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no? Les parece poco serio lo de Jesús. Seguramente la respuesta que escuchan no les convence. Ni la entienden. Están demasiado condicionados por unos esquemas religiosos rígidos que restringen el disfrute de las cosas mejores de la vida. Los judíos entienden la religión, ante todo, como ejercicio ascético de negación y mortificación. Jesús entiende la religión, ante todo, como la fiesta del Reino de Dios.
El vino simboliza bien la alegría del amar y del vivir: Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres y se echan a perder odres y vino. A vino nuevo, odres nuevos. Tampoco esta pequeña parábola puede ser comprendida por aquellos buenos judíos. Puede ser comprendida solamente por quien está habitado por el Espíritu de Jesús y, lejos de la servidumbre de la ley, goza de la gloriosa libertad de los hijos.
La comunidad de Jesús está llamada a ser una comunidad festiva, alegre. Es éste un momento propicio para evocar a María de Nazaret que, en Caná, se acerca a su Hijo y le susurra al oído: No tienen vino. Es un momento propicio también para preguntarnos si, quizá, tampoco nosotros hemos conseguido desprendernos de los odres viejos: la ley, la tradición, el vivir excesivamente centrados en nosotros mismos.
Todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. No habéis recibido un espíritu de esclavos, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos que nos permite clamar Abba, Padre (Rm 8, 14-15).
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