El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado.
El primer día de la semana. Es el primer día de la nueva creación; el día de la Resurrección; el primer domingo o día del Señor. Los discípulos están desconcertados. No es para menos. Primero ellas, las mujeres que, encabezadas por María Magdalena, han acudido temprano al sepulcro para embalsamar el cuerpo de Jesús: no sabían qué pensar; se asustaron mucho. Luego ellos, los Once y todos los demás: las palabras de las mujeres les parecían desatinos y no les creían.
Jesús les había hablado en repetidas ocasiones de su resurrección. Pero eran palabras incomprensibles para ellos: discutían entre sí qué era eso de resucitar de entre los muertos (Mc 9, 10). Estamos tan acostumbrados a lo inevitable de la muerte, que la fe en la resurrección tarda mucho en adueñarse de nosotros; aún de quienes nos creemos creyentes. Creemos, sí; pero necesitamos mayor intensidad en nuestra fe. La resurrección de Jesús nos dice que toda existencia está encaminada hacia la plenitud de la vida.
¿Por qué buscáis entre muertos al que vive? No está aquí. Resucitó.
Los discípulos, ellas y ellos, han querido mucho a Jesús. Pero cuando le han visto muerto en la cruz, han asumido que todo lo de Jesús va a quedar reducido a un acontecimiento del pasado.
¿Cómo llegaron aquellos hombres y mujeres a creer, tanto que le fe en el Resucitado transformó sus vidas? Porque a nadie podían convencer diciendo: Mira, aquí te presento a Jesús Resucitado. Eso sí; a todos pudieron mostrar la fuerza secreta de la resurrección de Jesús con la luminosidad de sus vidas. La resurrección de Jesús nunca pudo ser descrita, ni entonces ni ahora; pero siempre puede ser proclamada. Y puede ser proclamada solamente por un verdadero creyente.
Todos estamos llamados a proclamar con nuestras vidas la resurrección del Señor. Que no vivamos con espíritus adormecidos sino despiertos, haciendo ver que tanto la vida como la muerte son camino de gloria.
Comments