El libro Hechos de los Apóstoles comienza así: En la primera parte… Hechos es la segunda parte de la obra de Lucas sobre los comienzos del cristianismo; segunda parte que empieza con la escena de la Ascensión.
Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
Es patético. A pesar de haber convivido con Él, y ser testigos de milagros, y saber de memoria su mensaje, siguen desconcertando a Jesús con su incapacidad para aparcar los viejos sueños de grandeza. Más o menos como sucede con nosotros, los cristianos de siempre.
Claro que también Jesús parece empeñado en desconcertar a sus discípulos. Primero les anuncia su muerte; luego, muere crucificado. Ahora, con la resurrección, parece que se abrían de nuevo los horizontes de gloria para los discípulos. Pero Jesús se va. El desconcierto es absoluto.
Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?
Nos hace evocar el Tabor: Señor, bueno es estarnos aquí (Mt 17, 4). Fue Jesús quien los sacó entonces de su trance; ahora son arrancados de su contemplación por dos hombres vestidos de blanco. Poco después será el Espíritu quien abrirá la clausura del Cenáculo en que se habían encerrado y los enviará a la conquista del mundo, y les animará a afrontar las dificultades que acompañan al anuncio del Evangelio.
Estos son los signos que acompañarán a los que crean…
Son signos propios de todo creyente: expulsar demonios, socorriendo a las víctimas del mal; hablar lenguas nuevas, comunicando el Evangelio de manera comprensible a toda persona y a toda cultura; agarrar serpientes, afrontando con valentía toda forma de mal; imponer las manos a los enfermos, obteniendo el favor del Señor sobre ellos.
Nos dice el Papa Francisco: La Ascensión nos exhorta a levantar la mirada al cielo, para después dirigirla inmediatamente a la tierra, llevando adelante las tareas que el Señor resucitado nos confía: Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación. Se trata de ser hombres y mujeres de la Ascensión; buscadores de Cristo a lo largo de los caminos de nuestro tiempo.
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