Quien conserva y guarda mis mandamientos, ése sí que me ama.
Jesús se despide de sus discípulos. Les inculca lo que deben hacer para ser verdaderos discípulos. Suena extraño que hable de mandamientos cuando, poco antes, ha hablado solamente del mandamiento del amor fraterno: En esto conocerán todos que sois mis discípulos míos, en que os amáis unos a otros (13, 35). Poco después lo dirá con mayor claridad: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os amé (15, 12). Sus mandamientos son uno solo.
Le dice Judas, no el Iscariote: Señor, ¿qué pasa, que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?
Judas Tadeo se sorprende de que Jesús se manifieste solamente a unos pocos. Nosotros no nos sorprendemos porque nos hemos hecho a la idea. Nos hemos hecho incluso a la idea de que los que pertenecemos al grupo de esos pocos, podemos mantener una relación de intimidad con el Señor: Si alguien me ama cumplirá mi palabra, mi Padre le amará, vendremos a él y habitaremos en él. Esto sí que debería sorprendernos y asombrarnos. ¿Cómo es posible una relación tan íntima entre el Dios-Trinidad-Amor y la pobre criatura? Es posible porque todo es posible para el Dios-Trinidad-Amor. Nosotros, a quienes el Señor ha querido manifestarse, lo sabemos; lo sabemos, sin saberlo. Por eso, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os dije.
Dios en mí y yo en Él. Que este sea nuestro lema. ¡Qué cosa tan buena es esta presencia de Dios dentro de nosotros! Allí le encontraremos siempre, aunque con el sentimiento no sintamos ya su presencia (Isabel de la Trinidad).
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