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16/07/2021 Nuestra Señora del Carmen (Jn 19, 25-27)

Jesús dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Desde aquella hora. La hora en que la plenitud de los tiempos alcanza su máximo esplendor. La hora de la manifestación del tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia, que ha sido un derroche para con nosotros; cuando Dios recapitula en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra (Ef 1, 7-10). Tanto la Madre como el discípulo son incorporados a la exhibición del amor llevado hasta el extremo; son testigos de ello: Hemos contemplado su gloria (Jn 1, 14). Y todo esto, en medio del más profundo dolor.

Cuando nos acercamos a María será bueno tomar al discípulo amado, a Juan, como modelo e inspiración de nuestra devoción mariana. El discípulo la acogió en su casa. Los estudiosos de la Biblia dicen que la traducción más fiel sería ésta: Desde aquella hora el discípulo la acogió como lo más precioso de su vida. También Juan, como la mujer que gritó, dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron, la quiere como a una madre, porque Jesús es lo más importante de su vida. La quiere porque su amor a ella es una prolongación de su amor a Jesús.

A ella, que vivió el dolor como una espada que le atravesaba el corazón, a ella que cruzó el peor umbral del dolor que es ver morir a su hijo, pidámosle el don de la apertura al Espíritu Santo, de la alegría perseverante, esa que no se acobarda, ni se repliega, la que siempre vuelve a experimentar y afirmar: El Todopoderoso ha hecho grandes obras, su nombre es santo (Papa Francisco).

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