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16/08/2021 Lunes 20 (Mt 19, 16-22)

Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?

Es un muchacho bueno, inquieto. No le faltan los bienes morales y materiales. Pero no está satisfecho. Cree estar dispuesto a todo por conseguir la plenitud que le falta. Jesús le hace ver que está engañado; que no hay tal disponibilidad; que está atrapado por sus riquezas. En verdad, ¡qué difícil que un rico llegue a disfrutar del Reino, de la plenitud de vida!

La riqueza de la que resulta más difícil desprenderse es el propio yo. Lo dijo Jesús: El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo (Mt 16, 24). Para seguirle hay que poner el yo a sus pies: dejar de querer ser para configurarnos por un modo de existir que, siendo aparente disminución, es la única manera de crecer. Abandonados y entregados, podemos dejarnos moldear para que Él imprima la imagen del Rostro original (J. Melloni).

El joven se fue triste porque era rico.

Al joven le enseñaron los mandamientos en su sentido estrecho. Por ejemplo: no robarás. El joven asocia los mandamientos con un deber y con un freno; impiden disfrutar de la vida. Los catequistas de su infancia fueron maestros del arte de prohibir. Los mandamientos, así entendidos, no pueden ser fuente de plenitud; son camino de vida cuando se entienden y se viven en positivo. Así, el no robarás, se convierte en compartirás.

Un breve y consolador inciso para que no nos mareemos ante la actual crisis vocacional. Tampoco Jesús tuvo éxito como promotor vocacional. Este joven tan prometedor se le marchó. Muchos discípulos le abandonaron (Jn 6, 66).

Cuando los bienes entran en el corazón y manejan tu vida, ahí perdiste. Tienes tu seguridad donde la tenía el joven que se fue entristecido (Papa Francisco).

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