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16/09/2021 Santos Cornelio y Cipriano (Lc 7, 36-50)

Simón, tengo algo que decirte. Contestó: Dilo, maestro. Le dijo: Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientas monedas y otro cincuenta. Como no podían pagar, les perdonó a los dos la deuda. ¿Quién de los dos le tendrá más afecto? Contestó Simón: Supongo que aquél a quien más le perdonó.

Simón supone bien. Entiende perfectamente la enseñanza de la parábola. Pero Simón, paradigma de mentalidad farisea, es incapaz de vivir según esa enseñanza. ¡Lo tiene todo tan claro! Cuestionar sus certezas le parece sacrilegio. Su certeza más profunda es la de que el hombre no necesita de Dios porque puede conseguir perfección y salvación con su esfuerzo.

Es difícil, muy difícil, también para Jesús, hacer mella en personas como Simón. También lo tuvo difícil, muy difícil, el padre del pródigo intentando convencer al hijo mayor para que entrara a la sala del banquete. La mentalidad farisea es monolítica. No acepta preguntas porque ya tiene las respuestas. Y se apoya en la piedad y en una irreprochable moralidad.

¡Qué distinta la actitud de la prostituta que llora, perfuma, enjuga con sus cabellos y besa los pies de Jesús! La mujer expresa sin palabras, pero con gestos muy elocuentes, su amor y agradecimiento. Se sabe perdonada y amada. En verdad, no saber de pecado, es no saber de perdón y no saber de amor. En verdad, al que se le perdona poco, ama poco. En verdad, el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido y a llamar no a los justos, sino a los pecadores. La pecadora pública, como el pródigo, sabe mucho de esto. También Pablo: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rm 5, 20). Mejor conocemos cuando mejor amamos.

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