16/10/2023 Lunes 28 (Lc 11, 29-32)
- Angel Santesteban
- 15 oct 2023
- 2 Min. de lectura
La multitud se aglomeraba y Él se puso a decirles:
No le gustan los baños de multitudes; prefiere contactos personales. Percibimos en Jesús un estado de ánimo un tanto sombrío. Las multitudes le siguen, sí, pero por interés personal, no por fe en Él. Está decepcionado.
Esta generación es malvada: reclama una señal, y no se le concederá más señal que la de Jonás.
Recorriendo las páginas de la Escritura vemos que Dios suele preferir manifestarse en los momentos más dramáticos de sus más íntimos. Así lo hace, por ejemplo, con Elías en el Horeb después de que éste se desee la muerte (1 R 19). Hoy es el profeta Jonás; el que, a pesar de su rebeldía, acaba convirtiéndose en un anticipo del encuentro supremo entre Dios y el hombre realizado en el Crucificado.
Como la de Jonás, también la señal de Jesús está marcada por la desgracia, la calamidad y la muerte. Pero los humanos suspiramos siempre por señales espectaculares y contundentes. Vivimos hoy en una sociedad que rinde culto a la imagen; la vida parece orientada a conseguir el mayor número posible de likes. Aunque suena fuerte, nos merecemos eso de generación malvada; buscamos un Dios que se acomode a nuestros criterios. Esto sucede también entre cristianos piadosos. Dejamos de formar parte de la generación malvada solamente cuando abrazamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos (1 Cor 1, 23).
Jesús proclama que Él es el esperado de las naciones. Pero no convence. ¿Quizá por lo humilde del cómo desde Belén a la Cruz? ¿Quizá por la sencillez del qué de una salvación gratuita? Todo ello es algo que ni remotamente podemos imaginar mientras sigamos soñando con grandezas y proezas.
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