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16/11/2020 Lunes 33 (Lc 18, 35-43)

Cuando el ciego se acercó, Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga?

¿Por qué no se acercó Él al ciego? Es el ciego quien se acerca a Jesús. Mejor dicho, se lo acercan quienes acompañan a Jesús. Los mismos que han intentado acallar las voces del ciego. En cada caso y en cada momento Jesús actúa de manera distinta; no tiene fórmulas fijas. La de hoy nos sorprende con la pregunta: ¿Qué quieres que te haga? ¿Es que no sabe lo que un ciego puede querer? ¿O será que quiere oírlo de su boca? ¿O, quizá, será que hay ciegos y enfermos que se encuentran cómodos tal como están?

Es una invitación a preguntarme si de verdad quiero sanar de todo lo que quebranta mi salud interior. Claro que eso tiene un precio. El ciego lo pagó de mil amores: Le seguía glorificando a Dios.

Jesús le dijo: Recobra la vista. Tu fe te ha salvado.

El Papa Francisco comenta: Necesitamos librarnos de la ceguera de la indiferencia o la costumbre con que nos acercamos al Evangelio y abrirnos a nuevas visiones de la realidad que nos permitan captar los signos de la presencia liberadora de Dios en nuestro mundo y la urgencia de secundarlos.

Y al instante recobró la vista y le seguía glorificando a Dios.

Como aquellos que acompañaban a Jesús, también nosotros podemos pasar de largo ante los marginados al borde del camino, y tratar de que molesten lo menos posible. Pero no podemos evitar que su grito llegue a oídos del Señor. Y, quizá avergonzados, tendremos que acercar a Jesús a esos marginados. Luego, maravillados, comprobaremos que nos superan en fe y alabanza.

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