Señor, aquí tienes tu dinero, que he guardado en un pañuelo. Te tenía miedo porque eres riguroso…
Así piensa y así actúa el último de los tres empleados. Los otros dos no. Ellos, apenas recibido el encargo de negociar con el dinero del amo, se ponen a la tarea y obtienen beneficios. Pero el Señor quiere que fijemos la atención en el tercero; en el timorato, en el pusilánime, en el que, no fiándose de sí mismo, evita todo riesgo. Cree que esa es la actitud correcta. El amo no está de acuerdo: Por tu boca te condeno, empleado negligente.
El Papa Francisco comenta: No enterréis los talentos. Apostad por ideales grandes que ensanchan el corazón, los ideales de servicio que harán fecundos vuestros talentos. La vida no se nos da para que la conservemos, sino para que la donemos.
Te tenía miedo. El Dios de Jesús, el Dios que es Jesús, no es un Dios a quien temer, sino un Dios en quien confiar: Os he llamado amigos (Jn 15, 15); Tened valor; yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).
A todo el que tiene se le dará; pero al que no tiene, aún lo que tiene se le quitará.
Es una inesperada conclusión de la parábola. ¿Podría entenderse como una afirmación de la necesidad de fidelidad por nuestra parte para conseguir la salvación? Sería un grave error, porque significaría no haber descubierto la perla más preciosa del Evangelio: la gratuidad.
La inesperada conclusión debe ser entendida de otra manera. Quien más tiene es quien más ha recibido. Y, como entre lo recibido, está también la conciencia de ello, esa persona privilegiada se moverá en la órbita de la gratuidad, y vivirá ocupada en la alabanza y el agradecimiento.
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