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16/12/2021 Jueves 3º de Adviento (Lc 7, 24-30)

Los dos mensajeros del Bautista, cumplida su misión, vuelven a su maestro encarcelado. El Evangelista Lucas no nos habla de la muerte de Juan, pero sí nos ofrece el espléndido panegírico que Jesús hace de él. Panegírico que concluye con esta sorprendente afirmación: Os digo que entre los nacidos de mujer ninguno es mayor que Juan. Y, sin embargo, el último en el reino de Dios es mayor que él.

¿Por qué nosotros, los últimos en el reino de Dios, somos más grandes que el Bautista?

Porque son dichosos los ojos que ven lo que nosotros vemos, ya que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que nosotros vemos y no lo vieron, y oír los que nosotros oímos y no lo oyeron (Lc 10, 24).

Porque nosotros hemos contemplado y atestiguado que el Padre envió a su Hijo como salvador del mundo, y hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tuvo (1 Jn 4, 14; 16).

Porque Dios nos ha arrancado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo querido, por el cual obtenemos el rescate, el perdón de los pecados (Col 1, 13-14).

Porque el Señor ha derrochado en nosotros toda clase de sabiduría y prudencia, dándonos a conocer su secreto designio (Ef 1, 8-9).

Porque ninguna condenación pesa ya sobre los que estamos en Cristo Jesús (Rm 8, 1).

Porque por todo esto estamos alegres, aunque por poco tiempo tengamos que soportar pruebas diversas (1 P 1, 6).

El pueblo, publicanos incluidos, aceptó las palabras de Jesús. No así fariseos y letrados. Pidamos humildemente la gracia de sentirnos pueblo y no aristócratas del espíritu (Papa Francisco).

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