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17/01/2021 Domingo segundo (Jn 1, 35-42)

Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: ¿Qué buscáis? Ellos le respondieron: Rabbí, ¿dónde vives? Venid y lo veréis.

Este mes de enero es el mes de las Epifanías. Primero la de los Reyes, cuando Jesús se manifiesta a los sabios de Oriente. Luego, la del Jordán, cuando la voz del cielo manifiesta la identidad de Jesús. Hoy tenemos la epifanía o manifestación de Jesús a dos discípulos. Aquel encuentro fue una revelación tan impactante que marcará un antes y un después en las vidas de Juan y de Andrés. El Evangelista lo recuerda con cariño y con detalle: Eran como las cuatro de la tarde.

¿Qué buscáis?

Es la pregunta que Jesús nos hace a todos. Los cristianos viejos, corremos serio peligro de dejar de buscar. ¿Quizá porque creemos haber encontrado? ¿Quizá porque nos hemos cansado de buscar? Ser cristiano consiste fundamentalmente en mantener una relación cálida y cercana con Jesús. No puede seguir a Jesús quien se sienta y se instala. El seguimiento de Jesús exige movimiento y búsqueda. Quien deja de buscar se petrifica, se momifica. Si se deja de añadir leña al fuego, el fuego se apaga.

Andrés encuentra a su hermano Simón y le dice: Hemos encontrado al Mesías.

Un cristianismo petrificado y momificado no tiene atractivo alguno. Solamente provoca lástima entre los no creyentes. Un cristianismo petrificado y momificado es pieza de museo. Pero un cristianismo vivo, como el de Andrés, ejerce una influencia profunda y saludable en el entorno. Provoca admiración y envidia en parientes y amigos, aunque no lo confiesen. Claro que la fe se propaga por la palabra; pero se propaga más por el poder de atracción del testimonio de quienes vivimos una relación cálida y cercana con el Señor Jesús.

Preguntémonos si acaso no nos hemos convertido en piezas de museo, o si somos Andreses y Juanes que, con nuestro testimonio de vida, contagiamos salud interior, luz y paz.

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