Los fariseos le dijeron: Mira lo que hacen en sábado: ¡Algo prohibido!
Era sábado, el día del descanso semanal. Jesús pasea apaciblemente con los discípulos entre los campos de trigo de Galilea. La escena es muy bella. Hasta que la rompen los aguafiestas. Se acercan a Jesús y le reprueban la conducta de los discípulos que no guardan las sagradas leyes que dicen todo lo que se puede y no se puede hacer en sábado.
De nuevo la reprobación por parte de los celosos guardianes de la ley. Y Jesús que, de nuevo, sale en defensa de los suyos; esta vez recurriendo incluso a la Palabra de Dios. Para Él el bien de la persona humana está por encima del rigorismo leguleyo: El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Será oportuno preguntarse: ¿no será que también nosotros somos capaces de recurrir a actitudes legalistas para evitar compromisos con los prójimos?
El Hijo del Hombre es señor también del sábado.
El sábado es para el hombre; no al revés. En el más profundo de los sentidos, somos el centro del universo porque todo es para nosotros. San Juan de Cruz lo dice así: Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí.
Dios no nos ha creado para que le sirvamos, sino para ser servidos por Él. Así se lo hizo saber Jesús a Pedro: Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo (Jn 13, 8).
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