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17/03/2022 Jueves 2º de Cuaresma (Lc 16, 19-31)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 16 mar 2022
  • 2 Min. de lectura

Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y había un pobre llamado Lázaro, cubierto de llagas y echado a la puerta del rico.

Poco antes (Lc 16, 13), Jesús ha dicho que no podemos servir a Dios y al dinero. Ahora, la parábola del rico y del mendigo nos ilustra esas palabras invitándonos a meditar sobre sabiduría e insensatez. Al mendigo que no tiene nada en qué apoyarse, le resulta sencillo confiar en Dios. Al rico le resulta sencillo olvidarse de Dios, aunque se mantenga fiel a sus obligaciones religiosas. El rico vive convencido de su rectitud: porque no hace mal a nadie, porque cumple con Dios, porque hace donaciones generosas a distintas ONGs…

Convencimiento equivocado porque todo lo hace pensando en sí mismo. Centra toda su atención en sí mismo. No le quedan espacios para los prójimos o para Dios. La riqueza, cualquier tipo de riqueza, actúa como un anestésico que bloquea la sensibilidad ante el necesitado. El rico se muestra indiferente e insensible ante quien sufre. Será uno de los que se lamentarán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, inmigrante o desnudo, enfermo o encarcelado y no te socorrimos? (Mt 25, 44). El rico es condenado no por explotador, sino por ignorar al pobre.

Con la parábola del rico y del mendigo, Jesús nos está invitando a transformar el futuro cambiando el presente. El cielo y el infierno se realizan en el momento presente. El cielo, o la presencia de Dios; el infierno, o la ausencia de Dios. Y Dios está presente en Lázaro, porque lo que hayáis hecho a uno solo de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt 25, 40).

 
 
 

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