No hay mandamiento mayor que estos.
Todo consiste en el amor. Si no tenemos amor, nada somos; aunque guardemos con exactitud todos los demás mandamientos, o entreguemos nuestro cuerpo a las llamas (1 Cor 13, 3). Esto, al menos en teoría, creemos tenerlo claro. Lo que no tenemos tan claro es en qué consiste el amor. Este es un descubrimiento que probablemente no lo hemos hecho todavía.
Cuando nacemos somos decididamente egoístas; no sabemos amar. A fuerza de recibir amor, lo vamos aprendiendo poco a poco. Pero cuesta llegar a entenderlo; no digamos practicarlo. ¿Cómo llegamos al descubrimiento de la ciencia del amor? ¿Cómo llegamos a entenderlo y practicarlo? Llegamos al amor por la fe. Una fe que se pone a la tarea en la oración iluminada por la Palabra de Dios; un día sí y otro también.
Santa Teresita confiesa que ella hizo el descubrimiento del amor al final de su vida. Que, hasta entonces, ella se dedicaba a amar a Dios. La iluminación le llegó meditando estas palabras de Jesús: Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 15, 12). Entonces comprendió que hay que poner al prójimo por delante de Dios. San Juan lo dice así: Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4, 20). Santa Teresita descubrió, además, que el amor al prójimo consiste, ante todo, en soportar los defectos de aquellos con quienes convivimos.
Papa Francisco dice que amar a Dios quiere decir invertir cada día nuestras energías para ser sus colaboradores en el servicio sin reservas a nuestro prójimo, en buscar perdonar sin límites y en cultivar relaciones de comunión y fraternidad.
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