Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.
Compasivos. O misericordiosos. Compasión y misericordia son palabras sinónimas, aunque hay algún leve matiz que las diferencia. Tener compasión significa padecer con, estar cerca del que sufre; mientras tener misericordia significa poner el corazón en el que está sufriendo en cualquier tipo de miseria. En estos últimos años, la palabra misericordia resuena mucho en nuestras iglesias. Se diría que estamos redescubriendo el corazón del Evangelio. Se lo debemos al Papa Francisco.
Haríamos bien, en estos días de Cuaresma, asociar el ayuno más con el corazón que con el estómago. ¿Cómo? Dedicándonos a practicar el ayuno de juicios condenatorios hacia nuestros prójimos. Si vivimos enjuiciando y culpabilizando no estamos actuando como hijos del Padre del cielo. Quien ama, ni juzga ni condena. Así se comporta Dios. Un corazón grande y magnánimo acepta el derecho del otro a estar equivocado y deja en manos de Dios la corrección.
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo.
La mejor imagen de Dios no es la que retrata su poder, sino la que retrata su misericordia. Por eso que la meta a la que los hijos del Padre debemos aspirar no es la santidad, sino la compasión. San Pablo lo entendió bien: Revestíos, como elegidos de Dios, de entrañas de misericordia…, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente (Col 3, 12). Sed amables entre vosotros, compasivos, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo (Ef 4, 12).
Haremos bien en identificar situaciones o personas concretas con las que ejercitar la misericordia. Y no preocuparnos de los rescoldos o cicatrices que dejan las heridas recibidas. Porque si el perdón están en nuestras manos, el olvido no lo está.
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