Había un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche.
Nicodemo es un personaje exclusivo del Evangelio de Juan; aparece tres veces. La de hoy, la primera, es su primer encuentro con Jesús. Más tarde aparece como miembro del parlamente judío atreviéndose a defender tímidamente a Jesús (Jn 7, 50-52). Finalmente le vemos, libre de todo temor, colaborando en la sepultura de Jesús. La historia del discipulado de Nicodemo es larga y laboriosa. Y muy elocuente; tiene que ir deshaciéndose de tantas cosas buenas y santas. Jesús nunca le dará prisa.
Te aseguro que el que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios.
Nicodemo es hombre inteligente pero no entiende a Jesús. Porque es hijo de una religiosidad venerable y secular, y no le cabe en la cabeza el tener que olvidar un pasado tan valioso. Nicodemo representa bien a tantos hombres y mujeres piadosos e intachables que ofrecen fuerte resistencia a fiarse plenamente de Jesús. Representa bien a tantos hombres y mujeres que, como Pedro en la última cena, se niegan a permanecer sentados en sus sillas mientras Jesús les lava los pies.
El ejemplo a seguir nos lo da san Pablo: Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Juzgo que todo es una pérdida ante el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo (Flp 3, 7-8).
Nicodemo ve y entra en el Reino de Dios, el Reino de la gratuidad y del derroche, cuando participa en la sepultura de Jesús llevando cien libras de una mezcla de mirra y áloe (Jn 19, 39).
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