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17/05/2021 Lunes 7º de Pascua (Jn 16, 29-33)

Ahora sí que hablas claramente, sin usar parábolas. Ahora sabemos que lo sabes todo y que no hace falta que nadie te pregunte; por eso creemos que vienes de Dios.

Ha concluido la larga despedida de Jesús. Comenzó justo después del lavatorio de los pies. Por fin, después de tantas dudas y perplejidades, los discípulos creen comprender y estar en perfecta sintonía con Jesús. Sabemos… Creemos… Todos ellos comparten ahora aquel entusiasmo y aquella convicción de Pedro: Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Tan encantador como poco sensato.

¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo.

No es un reproche. No lo dice disgustado. Asume como cosa normal la cobardía y la deserción de los discípulos. No le afecta tanto nuestra fragilidad; le afecta más el que esa fragilidad pueda hundirnos en el desaliento. Sus palabras son una invitación a la confianza en Él, también cuando le hemos traicionado. Así lo entendió y lo vivió Santa Teresita: Aunque hubiera cometido todos los crímenes posibles, seguiría teniendo la misma confianza. Sé que toda esa multitud de ofensas sería como una gota de agua arrojada en una hoguera encendida.

¡Ánimo! Yo he vencido al mundo.

Nos pide confianza, especialmente cuando nos invade el desánimo. No estamos solos. Como no lo estuvo Pedro después del canto del gallo (Lc 22, 61). A pesar de nuestras derrotas, la suya es una victoria total y actual. Claro que para ser vivida en fe. Como lo proclama Pablo: Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida…; nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rm 8, 38-39).

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