La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis.
Jesús nos da la paz. La suya no es una paz como la del mundo. La paz del mundo se asienta sobre seguridades materiales y pretende ser un anestésico que nos distancia del compromiso y del conflicto. Jesús nos da su paz: Él es nuestra paz. Esta paz consiste en una relación serena con uno mismo, con la naturaleza, con los demás, con Dios. Esta paz empuja al compromiso de estar junto a los prójimos más necesitados. Esta paz se da también en medio de la conflictividad, porque nos fiamos plenamente de quien tiene en sus manos todo lo que sucede, a escala personal y a escala universal. Por eso, no os turbéis ni os acobardéis.
Oísteis que os dije que me voy y volveré a visitaros. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, pues el Padre es más que yo.
Si me amarais. El amor facilita el mejor conocimiento y la mayor compenetración entre dos personas. Si el discípulo no se alegra cuando el Señor se ausenta es que no ha llegado al conocimiento y a la compenetración del amor. Los ojos del amor hacen que el discípulo transforme el triunfo del pecado en la cruz, en el triunfo del amor en esa misma cruz.
La paz os dejo, os doy mi paz.
La preocupación ensombrece la despedida de Jesús. Le vemos preocupado por el bienestar de sus amigos. Conoce sus debilidades y las muchas dificultades que van a encontrar en su vida. Pero quiere que, a pesar de todo, vivan tranquilos. Nada debería arrebatar la paz al verdadero seguidor de Jesús.
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