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17/08/2021 Martes 20 (Mt 19, 23-30)

Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos pues?

Pedro acaba de ser testigo de la fallida vocación del joven rico. Él y sus compañeros han sido más desprendidos; lo han dejado todo por Él. Así que se siente autorizado a pedir una recompensa. Más adelante, Santiago y Juan, a espaldas de los demás y amparados en su madre, harán lo mismo (Mt 20, 20). Todos ellos piensan en remuneraciones de poder y de prestigio. Están todavía lejos de seguir a Jesús desinteresadamente. Todo llegará.

Pero, ¿quién de nosotros sigue a Jesús desinteresadamente? ¿Podemos decir con verdad que, aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera? ¿Podeos afirmar que ya vivimos gloriosamente inmersos en la gratuidad? Pero tampoco nos preocupemos demasiado si vemos que no. Será suficiente con entender que estamos encaminados hacia esa meta, y que vamos captando que no hay nada que perder y tampoco nada que ganar, ya que todo es pura gratuidad. Mayor el ego, menor la gratuidad.

Es bueno, saludable y eficaz estar convencidos, como Pablo, de que quien inició en nosotros una obra buena, la llevará a término hasta el día de Cristo Jesús (Flp 1, 6). Lo lleva a término a través de una constante sucesión de pérdidas a lo largo de los años: van desapareciendo cosas que antes nos daban apoyo y sentido.

Es bueno, saludable y eficaz estar convencidos de que el desprendimiento engendra libertad y elimina miedos. Como dijo el Patriarca Atenágoras, si estamos desarmados y desposeídos, si nos abrimos al Dios Hombre que hace todo nuevo, entonces Él hace desaparecer toda la negatividad del pasado y nos devuelve un tiempo nuevo en el que todo es posible.

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