Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido.
Todos somos llamados a trabajar en la viña del Señor, los conscientes de ello y los que no lo son. Y todos, al final, recibiremos la misma paga. No hay contrato laboral por el que se le paga a cada uno según las horas de trabajo. El dueño de la viña no sabe de justicias humanas. Sabe de liberalidad y de gratuidad.
Al anochecer, el dueño de la viña dijo al capataz: Reúne a los braceros y págales su jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros.
El dueño de la viña quiere enseñar una lección complicada para quienes más han trabajado. Sus palabras nos recuerdan aquellas otras: Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el Reino de Dios.
Pasaron los del atardecer y recibieron un denario.
¿No está pecando de ingenuo el dueño de la viña? Mañana los braceros ¿no podrían dormir largo, y salir tarde a la plaza sabiendo que la paga será idéntica para todos? Al dueño de la viña no le importa. Le importa que algunos braceros, vista su generosidad, acudan agradecidos a la viña con la salida del sol.
¿No puedo yo disponer de mis bienes como me parezca? ¿Por qué tomas a mal que yo sea generoso?
No hay parábola que hable tan claro de la gratuidad como ésta de los viñadores llamados a distintas horas. Se suele decir que Dios paga a cada uno según sus obras. Santa Teresita escribe: Me digo a mí misma que en mi caso Dios va a verse en un gran apuro: ¡Yo no tengo obras! Así que no podrá pagarme según mis obras. Pues bien, me pagará según las suyas.
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