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17/09/2021 Viernes 24 (Lc 8, 1-3)

Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres.

Algunas mujeres. De unas pocas sabemos los nombres: María Magdalena, Juana, Susana. De la mayoría no sabemos nada. Solamente que eran otras muchas que los atendían con sus bienes.

El Evangelista Lucas recalca, como ningún otro, la relación especial de Jesús con las mujeres. Jesús va formando una comunidad a su alrededor, y en esa comunidad hay hombres y mujeres, cosa insólita en aquella cultura patriarcal. La visión de la mujer en aquella cultura está bien expresada en las palabras de la mujer entusiasta de Jesús: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron. Jesús no comparte esa ida de la mujer. La maternidad biológica, por importante que sea, no lo es todo. Hay algo más primordial. Él lo dice así: Dichosas más bien las que escuchan la Palabra de Dios y a cumplen (Lc 11, 27-28). La verdadera grandeza de la mujer, como la del varón, radica en la capacidad de escuchar y asimilar el mensaje del Reino. Aunque entre los Doce no hay mujeres, ellas juegan un papel esencial en el grupo de seguidores de Jesús. Aparecen como modelos del mejor discipulado. Lo suyo es servir.

Desde el primer momento Jesús deja claro, como dirá Pablo, que entre los creyentes ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gal 3, 28). La gloriosa realidad de ser hijos e hijas de Dios no permite ningún tipo de discriminación. De todos modos, es evidente lo mucho que cuesta asimilar esta convicción de Jesús en la sociedad y en la Iglesia. En verdad, aunque el Reino está presente entre nosotros, siempre está en proceso de transformación.

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