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17/10/2022 San Ignacio de Antioquía (Lc 12, 13-21)

¡Necio! Esta noche te reclamarán la vida. Lo que has preparado, ¿para quién será? Así le pasa al que acumula tesoros para sí y no es rico a los ojos de Dios.

El Papa Francisco comenta: El dinero sirve para llevar adelante muchas cosas buenas. Lo que hay que condenar es su uso distorsionado… La característica más peligrosa de la codicia es precisamente la de ser un instrumento de idolatría; porque va por el camino contrario del trazado por Dios para los hombres.

El aire que se respira en el mundo no es el aire de la fe y de la confianza en Dios, sino el de la búsqueda de seguridad en el dinero. Es un aire altamente contagioso.

Por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes.

La parábola ilustra bien los sueños de tantos hombres y mujeres: Descansa, come, bebe y goza de la vida. Nunca como hoy el hombre ha padecido un bombardeo tan machacón de espejismos ilusorios que prometen felicidad. Son espejismos que seducen y conducen a la insensatez.

La vida no depende de los bienes. Jesús no piensa en la vida de después de la muerte. Piensa en la vida entera; también la del momento presente. Y sueña con una vida vivida en plenitud; una vida feliz.

La parábola nos interpela también a quienes no poseemos riquezas. Porque podríamos contagiarnos fácilmente de la actitud hedonista del rico de la parábola, especialmente cuando nos jubilamos. Podríamos pensar que ya hemos cumplido nuestra misión y que ya hemos trabajado suficiente. Podríamos inhibirnos de llevar a cabo tantas pequeñas labores de la vida cotidiana. Si no estamos atentos nuestro ego nos conducirá hacia la insensatez de la mediocridad y de la comodidad.

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