Si yo diera testimonio en mi favor, mi testimonio no sería válido.
Jesús ha devuelto la salud al enfermo de la piscina de Betesda. Las autoridades religiosas, hace tiempo en conflicto con Él, trataban con mayor empeño de matarle porque no solo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios (v 18). Jesús, hombre como nosotros, intenta convencerles aduciendo tres testimonios serios: el del Bautista, el de sus milagros, y el de las Escrituras.
El testimonio del Bautista: Vosotros mandasteis enviados a Juan, y él dio testimonio de la verdad. La existencia del Bautista no tuvo otra razón de ser que la de dar testimonio de quien viene detrás de él. Su testimonio no es solo suyo, sino que por él hablan Moisés y los profetas: Yo lo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios (Jn 1, 34).
El testimonio de sus milagros: Las mismas obras que realizo dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado. En otro momento dirá: Aunque a mí no me creáis, creed por las obras y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre (Jn 10, 38).
El testimonio de las Escrituras: Vosotros investigáis las Escrituras… Ellas son las que dan testimonio de mí. Jesús es centro y fin de las Escrituras: Empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras (Lc 24, 27).
Jesús lo intenta; sin éxito. En el fondo sabe bien que nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae (Jn 6, 44).