18/03/2022 Viernes 2º de Cuaresma (Mt 21, 33-43; 45-46)
- Angel Santesteban
- 17 mar 2022
- 2 Min. de lectura
Un hacendado plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; después la arrendó a unos viñadores y se marchó.
Es una parábola especialmente alegórica en la que resulta fácil identificar los elementos más importantes: el hacendado es Dios; la viña, el pueblo elegido; los siervos, los profetas; el hijo, Jesús, muerto fuera de las murallas de Jerusalén; el nuevo pueblo escogido, nosotros. La parábola es una crónica de la historia de la salvación tal como puede ser escrita por el mismo Dios.
La parábola es también una invitación a examinar si, quienes formamos el nuevo pueblo de Dios, le ofrecemos los frutos que Él espera. Porque, como aquellos antiguos viñadores, también nosotros somos presa fácil de la tentación de comportarnos como dueños de la viña, y acabar instalándonos, acomodándonos y aburguesándonos.
Finalmente les envió a su hijo, diciendo: A mi hijo le respetarán.
Es un hacendado que peca de ingenuidad; le falla el sentido común. Porque resulta muy temerario mandar a su hijo a unos viñadores que han matado a todos sus enviados. No es fácil comprender el comportamiento del hacendado.
Juan, el discípulo amado, lo comprendió. Es un comportamiento que no tiene que ver con el sentido común, y tiene que ver con el amor: Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único (Jn 3, 16). En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios; en que envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él (1 Jn 4, 9).
¿Qué frutos pide el Hacendado a los nuevos viñadores, a quienes formamos el nuevo pueblo de Dios? Muy sencillo. Nos pide una vida vivida en la gratitud.
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