El reloj se detiene. Durante ocho días, en todo momento, marcará aquella hora del amanecer del primer día de la semana.
Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos.
Ellas. En el Evangelio de Mateo son María Magdalena y la otra María. En Marcos, María Magdalena, María de Santiago y Salomé. En Lucas, las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea. En Juan, solamente María Magdalena. Los Evangelistas se sienten muy libres al narrar las experiencias de Resurrección; son algo muy personal. Tanto aquellos como nosotros, tenemos acceso a la experiencia de la Resurrección por la fe.
Con miedo y gran gozo. Están desconcertadas. Un ángel del Señor les ha dicho que Jesús ha resucitado y que comuniquen la noticia a los discípulos. Ellas, aunque con mucha reticencia, se disponen a obedecer.
De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¡Alegraos!... No temáis.
Y les confirma en la misión de comunicar la noticia a mis hermanos. ¡No temáis! Es el estribillo tan insistentemente repetido a lo largo del Evangelio. Siendo el miedo la reacción natural ante peligros, amenazas o sobresaltos, es normal que vayamos por la vida bien protegidos en nuestros reductos fortificados; como las tortugas. Pero cuando resplandece la fe en el Resucitado, el miedo se desvanece, y nada teme quien cree en este Dios que es Jesús, que por amor ha muerto y ha resucitado.
Mientras las mujeres iban de camino…
Ahora, tras el encuentro con Él, caminan libres y serenas. Han buscado al Crucificado y han encontrado al Resucitado. Como dice el Papa Francisco, la última palabra no es el sepulcro, ¡no es la muerte, es la vida!, esta es nuestra certeza.
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