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18/05/2021 Martes 7º de Pascua (Jn 17, 1-11a)

Así habló Jesús. Después, levantando la vista al cielo, dijo: Padre, ha llegado la hora: da gloria a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria.

Así habló Jesús. En una larga despedida (del capítulo 13 al 16), Jesús ha desplegado todo su cariño hacia los discípulos. Ahora, antes de levantarse de la mesa de la última cena, se dirige al Padre.

Levantando la vista al cielo. El mismo gesto exterior y la misma actitud interior que antes de multiplicar los panes (Mt 14, 19) y antes de resucitar a Lázaro (Jn 11, 41).

Padre, ha llegado la hora. En Caná (Jn 2, 4) no había llegado todavía la hora. Ahora sí. Toda la vida de Jesús está orientada hacia la hora de la cruz; es la hora de la maternidad, del parto mesiánico (Jn 16, 21).

Da gloria a tu Hijo para que tu Hijo te dé gloria. ¿Cómo entender esta GLORIA? El Evangelista la entiende perfectamente; la ha visto con sus ojos: Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn 1 14). Juan ha visto resplandecer la gloria del Padre en el Hijo crucificado. Es el momento en que el Dios-Amor se muestra en toda su inconmensurable plenitud. La sangre de Jesús es el vino de la boda; el mejor de los vinos: Tu boca es vino generoso… Te daré a beber vino aromado (Ct 7, 10; 8,2).

En esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.

Vida eterna. Vida de plenitud. Los discípulos, nosotros como aquellos, estamos inmersos en la vida eterna por la fe. A Jesús no le preocupan las miserias de los suyos.

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