Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador… Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.
La vid, la viña, el vino; son elementos muy frecuentes en la Escritura. Isaías nos ofrece una bella canción sobre la viña: Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña (Is 5, 1). La viña, en el Antiguo Testamento representa al pueblo de Dios. Ahora Jesús, identificándose con la planta de la vid, habla en clave más personal; quiere expresar la unión vital de cada uno de nosotros con Él.
Quien permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; pues sin mí no podéis hacer nada.
Al sarmiento le basta estar conectado a la vid. Bien conectados, irradiamos vitalidad en nuestro entorno. Pero sin esa conexión, ni podemos dar fruto, ni podemos mantenemos lozanos. La savia proviene de la vid, no de los sarmientos. Esa savia se llama Evangelio. Entonces, ¿cómo desconectamos de la Vid con tanta facilidad? Porque con frecuencia, quizá sin ser conscientes de ello, nos erigimos en protagonistas. Pensamos que la santificación y la salvación son cosa nuestra, y recurriremos a Dios solamente cuando lo necesitemos. No asimilamos que es Dios quien, por su benevolencia, realiza en nosotros el querer y el obrar (2 Flp 13).
Los sarmientos que dan fruto los poda, para que den más fruto.
El sarmiento sufre al ser podado, pero la poda le proporciona una renovada vitalidad. Si interpretamos los procesos penosos, las crisis, las noches oscuras, como falta de amor de Dios por nuestra parte, estamos equivocados. Son una muestra de su amor especial por nosotros; son momentos que el Señor nos ofrece para crecer y dar más fruto.
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