Decían los discípulos: ¿Qué es ese poco? No sabemos lo que quiere decir.
No entienden. Jesús entiende que no entiendan. Para tranquilizarles les dice que llegará el día en que no me preguntaréis nada (Jn 16, 23); lo tendrán todo claro. Pero mientras no llegue ese día, a los discípulos nos corresponde fiarnos de Él en toda circunstancia, oscura o clara. Eso es lo que Él nos pide.
Así lo vivía Santa Teresa: Hemos de dejar en todas estas cosas de buscar razones para ver cómo fue: pues no llega nuestro entendimiento a entenderlo, ¿para qué nos queremos desvanecer? Basta ver que es todopoderoso el que lo hace, y pues no somos ninguna parte por diligencias que hagamos para alcanzarlo, sino que es Dios el que lo hace, no lo queramos ser para entenderlo.
Fiarnos. A ciegas. Con confianza a prueba del bombardeo de la razón, de la opinión pública, del sentido común humano. Nada debe alterar la confianza, como nada altera la confianza del niño en sus papás.
Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis mientras el mundo se divierte. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.
La vida, encerrados en nosotros mismos y sin esperanza, es triste. Nos dice el Papa Francisco: Abramos al Señor nuestros sepulcros sellados (cada uno de nosotros los conoce), para que Jesús entre y lo llene de vida. Llevémosle las losas del pasado y las rocas pesadas de debilidades y caídas. Él desea tomarnos de la mano para sacarnos de la angustia.
La luminosidad de la fe pascual no nos libra de las dificultades de la vida ni del trance de la muerte, pero inyecta en nosotros el convencimiento de que Él nos espera al otro lado con los brazos abiertos.
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