18/06/2020 Jueves 11 (Mt 6, 7-15)
- Angel Santesteban
- 17 jun 2020
- 2 Min. de lectura
Cuando recéis, no seáis palabreros como los paganos, que piensan que a fuerza de palabras serán escuchados.
El libro del Eclesiástico dice: No repitas las palabras en tu oración (Si 7, 14). La oración, más que una manera transitoria de relacionarme con Dios, es una actitud de vida. Es la actitud del niño pequeñito que sabe tener siempre cerca a papá o mamá y se fía totalmente de ellos. Esta actitud brota de la primera palabra de la oración de Jesús.
Vosotros rezad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre.
Jesús no ofrece métodos o técnicas para aprender a orar. Nos dice cuál debe ser nuestra actitud: la de quien ha absorbido la palabra PADRE. Recordemos que, en su idioma materno, Jesús usó la palabra ABBÁ, y que la traducción más fiel sería papá, no padre. El término papá tiene mayor carga de ternura por parte del padre, y de confianza por parte del niño. Esta actitud se expresa también con palabras, pero es vivida más íntimamente en el silencio de la contemplación y de la escucha. La sintonía entre niño y papá es perfecta. En esto ha alcanzado el amor la plenitud en nosotros. No cabe temor en el amor (1 Jn 4, 17-18).
Oramos. Miramos cómo nos mira Abbá; así es cómo nos liberamos del engorro del personaje que llevamos dentro. Miramos cómo nos mira Abbá; así es cómo nos adueñamos sin escrúpulo de las palabras de Jesús: De los que son como niños es el Reino de los Cielos (Mc 10, 14).
Sin sentirse hijo, sin decir Padre, nuestra oración es pagana. Si el espacio de la oración es decir PADRE, la atmósfera de la oración es decir NUESTRO: somos hermanos, somos familia (Papa Francisco).
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