18/06/2025 Miércoles 11 (Mt 6, 1-6; 16-18)
- Angel Santesteban
- 17 jun
- 2 Min. de lectura
Cuando des limosna no hagas tocar la trompeta por delante… Cuando oréis no hagáis como los hipócritas… Cuando ayunéis no pongáis cara triste…
Limosna, oración y ayuno eran las tres principales obras buenas de todo buen judío. Lo deben ser también para nosotros.
La limosna, que compendia la relación con los prójimos y que consiste en compartir lo que uno tiene: dinero, tiempo, cariño, etc. Jesús da máxima importancia a la limosna: Venid, benditos de mi Padre…, porque tuve hambre y me disteis de comer (Mt 25, 34). La limosna hay que asociarla al corazón más que a las monedas. El espíritu limosnero es una actitud interior y un estilo de vida, antes que unas acciones puntuales de caridad. Si no sabemos salir de nosotros mismos, no tenemos espíritu limosnero.
La oración, que compendia la relación con Dios y que consiste, básicamente, en estar a solas con quien sabemos nos ama (Santa Teresa). Porque no estamos huecos, ya que si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él (Jn 14, 23). Es la oración la que nos hace abandonar la cultura de la exterioridad para entrar en la cultura de la interioridad: Guardaos de hacer las obras buenas en público solamente para que os vean. Limosna, oración y ayuno están irremediablemente viciados cuando falta interioridad.
El ayuno, que compendia la relación con nosotros mismos y consiste en privarnos de cosas buenas, alimentos o imágenes, por cosas mejores. El ayuno, dice el Papa Francisco, será una gimnasia espiritual para renunciar con alegría a lo que es superfluo y nos sobrecarga, para ser interiormente más libres y volver a lo que realmente somos.
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