Una generación malvada y adúltera reclama una señal, y no se le concederá más señal que la señal del profeta Jonás.
Como hemos visto poco antes, los fariseos se han confabulado contra Jesús para eliminarle (v. 14). Se han enfrentado a propósito de las espigas arrancadas en sábado (v 2); en la curación del hombre de la mano atrofiada (v 10); le han acusado de expulsar demonios por Beelzebul (v. 24).
El pueblo admira a Jesús. El mismo pueblo que luego le envía a la cruz. Quienes ostentan autoridad le rechazan. Ahora le piden un prodigio, una prueba convincente. Si Jesús hubiese accedido, ¿se habrían puesto de su parte? Jesús sabe que no. Ni la razón ni los sentidos; solamente la fe propicia el encuentro con Dios. El máximo prodigio, muerte y resurrección presagiadas por Jonás, es asequible solamente a la fe.
Quien pide a Dios otras pruebas no sabe de fe, ni de adhesión a Jesús: Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no solo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (Juan de la Cruz).
Yo mismo podría preguntarme: ¿Cuánto condiciono mi relación con el Señor a los favores que recibo o dejo de recibir? ¿Quizá también yo estoy dentro de esa generación malvada y adúltera? Quien ha descubierto el misterio de la cruz no necesita otra señal. No le importa lo que pueda sentir: Que bien sé yo la fonte que mana y corre, - aunque es de noche. - - Su claridad nunca es oscurecida, - y sé que toda luz de ella es venida, - aunque es de noche (Juan de la Cruz).
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