Despachó a sus criados para llamar a los invitados a la boda, pero éstos no quisieron ir.
Los invitados a la boda que no quisieron ir son los judíos. Pero son también todos aquellos que anteponen sus intereses a la invitación del rey que celebra la boda de su hijo. Puede tratarse de cristianos que son muy fervorosos pero que viven muy ocupados consigo mismos. Santa Teresa escribe: ¡Quién tuviera palabras, Señor, para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que se quedan consigo mismos!
Por tanto, id a los cruces de caminos y a cuantos encontréis invitadlos a la boda.
El Reino es una gran fiesta a la que todos estamos invitados. En la versión de Lucas (14, 23), a todos se nos obliga a entrar. Por tanto, nada, absolutamente nada, puede impedir que entremos: La sala de bodas se llenó de comensales, malos y buenos. De nuevo, como en la parábola de los viñadores llamados a distintas horas del día, Jesús se complace en mostrar la extravagancia del proceder de Dios. Un proceder que le lleva a no exigir ningún requisito previo. Sin embargo, la segunda parte de la parábola, difícil de conjugar con la primera, sí habla de un requisito.
Le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado sin traje apropiado?
Quizá entenderemos mejor esta segunda parte de la parábola recordando las palabras de Jesús: No todo el que me diga: ¡Señor, Señor! Entrará en el Reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo (Mt 7, 21). O estas otras de la carta de Santiago: Muéstrame tu fe sin obras y yo te mostraré por las obras mi fe (St 2, 18).
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