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18/09/2022 Domingo 25 (Lc 16, 1-13)

Un hombre rico tenía un administrador. Le llegaron quejas de que estaba derrochando sus bienes.

Con esta parábola del administrador corrupto, el Señor nos invita a hacer un ejercicio sincero de identificación. ¿Hasta dónde puedo verme reflejado en ese administrador?

Aquel hombre, mientras le duró el empleo, vivió para trabajar y trabajó para ganar. Sin duda que tenía buenas razones para ello, porque tendría que mantener una familia. Le parecería perfectamente normal el ir acrecentando su patrimonio y su cuenta bancaria. Los demás contaban muy poco en su vida. ¿No nos sucede a nosotros cosa parecida? ¿No vivimos también nosotros para trabajar y trabajamos para ganar?

Pero llegó el día en que el administrador dejó de trabajar: ¿Qué es esto que me cuentan de di? Dame cuentas de tu administración, pues no podrás seguir en el puesto.

Es aquí donde encontramos la lección de la parábola. Porque cuando se queda sin empleo, aquel hombre se pone a pensar: ¿Qué voy a hacer ahora que el amo me quita mi puesto? Hasta ese momento nunca se había parado a pensar; había sido un títere de su trabajo y de su dinero. Ahora se pone a pensar, y esto es lo que el empresario alaba.

Esto es lo que todos estamos supuestos a hacer: detenernos a pensar para no ser títeres del trabajo o del dinero. Esto estamos supuestos a hacer todos, pero muy especialmente cuando llega el momento de la jubilación. ¿Qué vamos a hacer ahora con nuestra vida? Aquel hombre dejó de vivir para ganar y comenzó a ganar para vivir. Entendió que el dinero debe estar al servicio de la vida y no la vida al servicio del dinero. Aprendió a vivir una vida más sobria y más abierta a los demás. Entendió que para vivir bien necesitamos de los demás poniéndonos a su servicio.

Nuestro mundo está tiranizado por el dinero; la sociedad lo consiente porque idolatra el dinero. Pero nosotros, seguidores de Jesús, no podemos dejarnos subyugar por el dinero. Es el mayor enemigo de Dios, porque ni tiene corazón, ni sabe de compasión.

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