Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?
La pregunta es una trampa. La respuesta, sea sí o sea no, pone a Jesús en un delicado aprieto. Pero Jesús responde de manera que deja perplejos a sus adversarios. De todos modos, la pregunta nos lleva a interrogarnos sobre nuestra manera de sentir y vivir lo político.
La convivencia es fundamental en la vida humana: tanto la familiar, como la social o política. Es fuente de muchos bienes y también de grandes complicaciones. Es en la convivencia donde los creyentes ponemos en práctica el mandamiento del Señor: Sabrán que sois mis discípulos si os tenéis amor los unos a los otros (Jn 13 35). Y esto vale tanto para amigos como para enemigos; tanto para familiares como para políticos.
Sucede con frecuencia que vivimos la política de forma negativa. Razones no faltan; sobre todo, la incompetencia y la ambición de los políticos. Pero tengamos en cuenta que tampoco faltan razones para relacionarnos con nosotros mismos de forma negativa, debido a nuestras limitaciones y miserias.
Toda relación del creyente, consigo mismo, con los demás, con la política, debe estar dominada por una visión muy elevada, sabiendo mirarlo todo y vivirlo todo tal como lo mira y lo vive Dios. O sea, con amor, con compasión, con perdón.
Les dice: ¿De quién es esta imagen y la inscripción? Le dicen: Del César. Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios.
Jesús nunca pretende separar lo religiosa de lo político. No puede hacerlo. Solo Dios es Señor y no hay otro fuera de Él. Así que nada de relegar la fe al ámbito personal privado. Todos debemos colaborar en la configuración de una política digna del ser humano, imagen de Dios. Él es el Señor de todo, y nosotros, que hemos sido creados a su imagen, le pertenecemos ante todo a Él. Esta es la pertenencia fundamental (Papa Francisco).
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