18/11/2023 Sábado 32 (Lc 18, 1-8)
- Angel Santesteban
- 17 nov 2023
- 2 Min. de lectura
Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, les contó una parábola: Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en la misma ciudad una viuda que acudía a él para decirle: Hazme justicia contra mi rival.
Para inculcarles. Insiste sobre algo ya dicho antes como conclusión de la parábola del amigo importuno: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá (Lc 11, 9). Pablo lo repetirá: Orad constantemente (1 Tes 5, 17). No es cosa de pasarse el día escondido en el silencio de un rincón: Recia cosa sería que solo en los rincones se pudiese traer oración (Santa Teresa). Sí es cosa de vivir inmersos en la presencia del Señor, aunque sea de forma difusa. Jesús tenía sus momentos intensos de oración, normalmente al despuntar la aurora. Pero era una persona orante a lo largo del día: contemplando la naturaleza, dando gracias, alabando de forma espontánea.
La oración es al creyente lo que el aire que respiramos a nuestros cuerpos. Esa fe, vivida con intensidad en la oración, lo transforma todo; nos transfigura el mundo. La oración, una oración alimentada por la Palabra de Dios, especialmente en los Evangelios, hace que una fe poco desarrollada vaya madurando hasta llegar a una obstinada confianza en Dios.
La parábola concluye con una pregunta sorprendente: Pero, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? Es decir, el problema no está en el juez, en Dios, en si hará o no hará justicia; eso es cosa segura. El problema está en si el Hijo del Hombre, cuando vuelva, encontrará fe en la tierra. No nos preocupemos porque Dios parece habernos olvidado; preocupémonos porque confiamos poco.
Comentarios