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18/12/2021 Sábado 3º de Adviento (Mt 1, 18-24)

José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, decidió repudiarla en secreto.

José, el justo, el humilde, el creyente, recibe una misión trascendental: la de poner nombre a Jesús; como en el principio de la creación, cuando Adán pone nombre a las criaturas indicando así que todas quedan encomendadas a su cuidado. El Hijo de Dios, encarnado en el hijo de María, se hace dependiente de José. La palabra ABBÁ (papá), la que Jesús usará para dirigirse al Padre del cielo, la aprende de bebé, de labios de María, para dirigirse a José. Los primeros rayos de la ternura de Dios los ve Jesús en el rostro de José.

José, hijo de David, no tengas reparo en acoger a María como esposa tuya, pues lo que ha concebido es obra del Espíritu Santo… Cuando José despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.

No fue fácil; tampoco agradable. Pero José, el hombre de fuerte interioridad iluminada por la Palabra de Dios, percibe el dedo de Dios en lo incomprensible de la situación. Como Abrahán, también José creyó contra toda esperanza (Rm 4, 18). Así es cómo se consuma la historia personal y universal de salvación. La fe pone luz y sentido en todo acontecimiento, triste o feliz.

José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. En medio de las tormentas de la vida no debemos tener miedo a ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia (Papa Francisco).

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