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19/01/2022 Miércoles segundo (Mc 3, 1-6)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 18 ene 2022
  • 2 Min. de lectura

Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle.

Es el último de los cinco altercados consecutivos entre Jesús y los fariseos. Hoy, a propósito de un hombre que tenía la mano atrofiada. Esta vez es Jesús quien abre el fuego: ¿es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla? Ellos callan. Han tomado su decisión y al salir de la sinagoga se confabulan con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle.

Dice al hombre de la mano atrofiada: Levántate y ponte en medio.

En medio. En el centro del espacio sagrado de la sinagoga y del tiempo sagrado del sábado. Para Jesús no hay mayor sacralidad que la de la persona humana.

Entonces, los miró indignado, aunque dolido por su obstinación.

No es frecuente ver a Jesús indignado. Jesús no se altera ante los débiles y pecadores. Se altera ante quienes se creen mejores y miran a los demás por encima del hombro. Se altera por esa falta de humanidad disfrazada de piedad religiosa. ¿Es posible ser piadosos y rezadores y actuar de forma disparatada? Así nos lo demuestran estos fariseos. También los muy religiosos podemos vivir, como dice Pablo, obcecados en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia y por la dureza de corazón (Ef 4, 18). Profundamente convencidos, y radicalmente equivocados. Entendamos bien que quien puede gozar más fácilmente de la ternura del padre es el hijo pródigo, no el impecable hijo mayor. Entendamos bien que una religiosidad legalista está más atenta a las normas que a las personas, y que, al absolutizar la ley o la institución, dejamos de estar al servicio del hombre y estamos lejos de Dios.

 
 
 

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