19/02/2025 Miércoles 6º (Mc 8, 22-26)
- Angel Santesteban
- 18 feb
- 2 Min. de lectura
Le llevaron un ciego y le pidieron que lo tocase. Todos somos ciegos mientras nuestra visión no vaya más allá de lo que dicen los sentidos o la razón. Suele ser largo el proceso que conduce de la ceguera a la clarividencia. Él no tiene prisa. El proceso comienza cuando…
Tomando al ciego de la mano, lo sacó a las afueras de la aldea. Su mano es la fe. Y, como todo ciego que quiera ver debe salir de la aldea, lo primero que hace es sacarnos de la aldea para distanciarnos de convencionalismos y opiniones públicas que condicionan nuestro vivir. Después…
Le untó con saliva los ojos, le impuso las manos y le pregunto: ¿Ves algo? Pone su saliva en nuestros ojos y nos impone las manos cuando nos aficionamos a la Palabra de Dios.
Veo hombres; los veo como árboles, pero caminando. Una visión adecuada llega de forma gradual. Los ciegos vemos a las personas como cosas o colectivos; no como imágenes del creador. No apreciamos su belleza. Prescindimos del CON en nuestro vivir: sentir-con, sufrir-con, estar-con. Tampoco vemos la realidad del Hijo del hombre en su plenitud.
De nuevo le impuso las manos en los ojos. El ciego afinó la mirada y distinguía con toda claridad. ¡Ni se te ocurra entrar en la aldea! No volvamos a acercarnos a lo que puede volver a oscurecer la visión. Jesús, luz del mundo, nos abre los ojos con la fe iluminada por su palabra: la Palabra de Dios de la Escritura, muy especialmente en los Evangelios. Así es cómo lo vemos todo con los ojos de Jesús. Así es cómo vemos con toda claridad, poniendo en entredicho lo que parece obvio para los ciegos.
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