Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: He visto al Señor, y que había dicho estas palabras.
La experiencia del Resucitado, si verdadera como la de María Magdalena, es para bien de la persona y de la comunidad. Si verdadera, va acompañada de la tarea de evangelizar, de comunicar la Buena Noticia a los hermanos.
Suéltame, que todavía no he subido al Padre.
Entre otras muchas mujeres que seguían a Jesús, María Magdalena fue la más cercana a Él. Ahora Jesús, ya resucitado, la invita a una relación distinta; una relación en la que la fe y el amor dependen menos de los sentidos y los sentimientos.
En María Magdalena encontramos una buena guía cuando atravesamos túneles oscuros y estamos tentados, cegados por el llanto, de darnos por vencidos, convencidos de que la situación que vivimos no tiene solución.
En María Magdalena encontramos una buena guía cuando nos sentimos queridos por Él tal como somos; entonces es cuando llegamos al mejor conocimiento del Señor de nuestras vidas.
En María Magdalena encontramos una buena guía cuando sentimos el impulso de comunicar a nuestros prójimos la experiencia del Resucitado. En ella vemos que el verdadero amor por Él no nos ata a Él, sino que nos libera para darnos a los demás.
El Papa Francisco, comentando este Evangelio, dice: María Magdalena lloraba la pérdida de su Señor y no creía a sus ojos al verlo resucitado. Dejemos que el asombro gozoso de Pascua se irradie en los pensamientos, en las miradas, en los gestos, en las palabras… Quien experimenta esto se convierte en testigo de la Resurrección, porque en cierto sentido resucita él mismo.
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