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19/05/2023 Viernes 6º de Pascua (Jn 16, 20-23a)

Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis mientras el mundo se divierte; estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo.

La alegría de la que habla Jesús no es una alegría asociada a la risa exterior; tampoco es algo efímero o superficial. Es algo más profundo; algo que se expresa mejor con la palabra gozo. Es como la alegría de la mujer con el niño recién nacido en brazos. Lo ha pasado mal en el parto: Cuando una mujer va a dar a luz, está triste porque le llega su hora. Pero cuando ha dado a luz a la criatura, no se acuerda de la angustia, por la alegría de haber traído un hombre al mundo.

La alegría de la que habla Jesús es el gozo que acompaña a quien cree en el amor, sabiéndose sostenido y acompañado en todo momento; en momentos buenos y en momentos menos buenos. Una alegría, dice el Papa Francisco, escondida en algunos momentos de la vida, que no se siente en los momentos feos, pero que viene después; una alegría en la esperanza.

Todos y cada uno de nosotros deberíamos acostumbrarnos a vernos reflejados en la metáfora de la mujer parturienta cuando nos toque sufrir momentos de angustia extrema; especialmente en la hora de la muerte. Toda nueva vida tiene sus correspondientes dolores de parto.

También podemos ver a Jesús reflejado en la metáfora de la parturienta cuando le contemplamos en la cruz. Somos tan queridos porque somos fruto del amor y del dolor. Nos dice el Señor por boca de Isaías: ¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré (Is 49, 15).

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