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19/07/2021 Lunes 16 (Mt 12, 38-42)

Entonces le interpelaron algunos escribas y fariseos: Maestro, queremos ver un signo hecho por ti.

Entonces. Después del duro enfrentamiento con los fariseos a propósito del poder de los demonios. Jesús ha llegado a llamarles raza de víboras. Puede parecer que los fariseos se han amansado un poco y que la suya es una petición legítima. Pero, de nuevo, la tremenda reacción de Jesús:

¡Generación malvada y adúltera! Un signo pide, y no se le dará otro signo que el signo del profeta Jonás.

Parece una reacción excesiva. Pero no lo es cuando entendemos que el piadoso ruego de aquellos fariseos atenta contra algo esencial del mensaje de Jesús: la fe. Jonás, engullido y devuelto por el cetáceo, prefigura al Crucificado-Resucitado, a quien hemos de aceptar en toda su cruda realidad, sin edulcorantes signos prodigiosos de por medio: Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles (1 Cor 1, 23). Nos encanta lo espectacular, y Jesús nos invita a lo sencillo y humilde. Es ahí donde se esconden la belleza y la plenitud de la vida: Tú eres el Dios escondido (Is 45, 15). Dichosos los que creen sin haber visto (Jn 20, 29).

Yo sigo haciendo portentosas maravillas; perderé la sabiduría de sus sabios y eclipsaré el entendimiento de sus entendidos (Is 29, 14).

Sabiduría divina y sabiduría humana. San Pablo, después de compartir fervorosamente la sabiduría humana farisea, abrazó con entusiasmo la sabiduría de Dios: ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? La locura divina es más sabia que los hombres, y la debilidad divina más fuerte que los hombres (1 Cor 1, 20 y 25).

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