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19/07/2022 Martes 16 (Mt 12, 46-50)

¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?

Son palabras que producen en nosotros la impresión de que Jesús trata a su madre con poco cariño. Ella le entiende perfectamente. Los parientes, no tanto: Es que ni siquiera sus hermanos creían en Él (Jn 7, 5).

Seamos o no creyentes, para disfrutar de una vida equilibrada es necesario tener sólidos puntos de referencia. Como unos vínculos familiares para el campo de los afectos. O unos principios morales para saber a qué atenernos en nuestra conducta. La vida que carece de estos apoyos se derrumba con suma facilidad.

Si los vínculos de la sangre son importantes, más lo son los de la fe. Tanto que cuando Jesús afirma el primado de la fe en Dios, no encuentra una comparación más significativa que los afectos familiares. Por otro lado, estos mismos vínculos familiares, en el seno de la experiencia de la fe y el amor de Dios, se transforman, se llenan de un sentido más grande y llegan a ser capaces de ir más allá de sí mismos, para crear una paternidad y una maternidad más amplias (Papa Francisco).

Extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Pertenecer a la familia de Jesús no se hereda. Pertenecer a la familia de Jesús consiste en seguir sus pasos cumpliendo la voluntad del Padre. María de Nazaret asumió plenamente estas palabras de su Hijo. Y así, después de la Ascensión, se convirtió en la madre de la nueva familia de Jesús tal como se lo había pedido Jesús desde la cruz.

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