Estos dos preceptos sustentan la ley entera y los profetas.
Dos preceptos que son uno, porque todo se reduce al amor. Para entender qué es amor no hay cosa mejor que la contemplación del Crucificado. Es en la cruz donde el amor llevado hasta el extremo nos deslumbra (Jn 13, 1). La única asignatura de la que seremos examinados al final de la vida será la del amor; más específicamente, el amor al prójimo: Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25, 40).
Escribe Pablo: El que ama al prójimo ha cumplido la ley… La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud (Rm 13, 8-10). Y a la comunidad de Galacia: Toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gl 5, 14). Pablo no olvida el amor a Dios; es que el amor a Dios se demuestra en el amor al hermano: Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4, 20).
Éste es su mandamiento; el mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado (Jn 15, 12). Conviene estar atentos a no caer en la tentación de una vida espiritual intimista, distanciada de los prójimos. Tampoco podemos olvidar el trato de amistad interior; nos deslizaríamos hacia un activismo sin alma que nos llevaría a…: ¿quizá distanciarnos de los prójimos cercanos en nombre de los lejanos?; ¿quizá a hacer de la entrega a los más necesitados un pedestal del propio ego? Aunque reparta todos mis bienes y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor no soy nada (1 Cor 13, 3).
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