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19/10/2020 Lunes 29 (Lc 12, 13-21)

Así es el que atesora riquezas para sí y no se enriquece en orden a Dios.

Es la conclusión de la parábola del rico insensato. A Jesús le gusta caricaturizar los vicios en que podemos caer todos; en este caso el de quien se deja seducir por las riquezas materiales. Coquetear con el dinero y los bienes materiales es como coquetear con el coronavirus; al final caemos en sus garras. Y, aunque podemos parecer asintomáticos, somos fuente de contagio al entrar a formar parte de un sistema de injusticia hacia los más desfavorecidos. Porque una de las características de quien atesora para sí, material o espiritualmente, es olvidarse de los demás.

Esto vale también para los bienes espirituales: devociones y ejercicios de piedad. Podemos ser ricos en piedad y pobres en projimidad. Recordemos que al atardecer de la vida nos examinarán únicamente sobre el amor.

Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aunque alguien posea abundantes riquezas, éstas no le garantizan la vida.

El protagonista de la parábola no posee riquezas; son las riquezas las que le poseen a él. Erich Fromm escribe: El hombre puede ser un esclavo sin cadenas. Y San Pablo llega a decir: La raíz de todos los males es el afán de dinero. Algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos sufrimientos (1 Tim 6, 10).

Lo más importante de la vida no es objeto de compra y venta, sino que su lógica es la del don y la gratuidad. Es urgente encarnar un estilo de vida sobrio, sencillo y resistente al consumo, en el que la persona esté en el centro y no el beneficio, para hacer posible el proyecto inclusivo de Jesús (Papa Francisco).

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