19/10/2021 Martes 29 (Lc 12, 35-38)
- Angel Santesteban
- 18 oct 2021
- 2 Min. de lectura
Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas…
…mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo. Una espera empapada de serenidad, de gozo, de vitalidad. Porque Él ha ido a prepararnos un lugar, y cuando lo tenga preparado volverá para llevarnos con Él para que donde está Él estemos también nosotros (Jn 14, 2-4).
Dichosos los criados a quienes el amo, al llegar, los encuentre velando: os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y les irá sirviendo.
Lo hizo en la última cena. Pedro no lo comprendió. ¿El Señor a sus pies? Pero se vio obligado a permitir a Dios ser Dios. ¡Qué poco se parece el verdadero Dios, el Dios del Evangelio, a los dioses no tocados por la varita mágica de la revelación!
Dice el Papa Francisco que habrá un día en que yo me encontraré cara a cara con el Señor. Y esta es nuestra meta: este encuentro. Nosotros no esperamos un tiempo o un lugar, vamos al encuentro de una persona: Jesús. Entonces nos encantará estar cómodamente sentados, igual que a Él le encantará lucir sus dotes de anfitrión espléndido: Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve (Lc 22, 27).
Entonces viviremos intensamente aquello de lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que lo aman (1 Cor 2, 9).
Mientras no llegue ese día, no podemos estar sentados como si esta vida fuese una sala de espera. La manera de esperar nuestro glorioso futuro es vivir intensamente el presente. En la confianza en quien nos ha amado hasta el extremo. Sin miedos ni obsesiones. Pendientes más de los demás que de nosotros mismos.
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